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Naturaleza editada


Vacilaba entre tomarse otro trago o comenzar de nuevo. El temor se hacía presente, no había mucho a qué aferrarse esta vez, los arañazos en las paredes aturdían su concentración y la expectativa lo impacientaba; estaba indeciso y su cuerpo era un carnaval errático de reflejos. Balbuceaba otras explicaciones y sus gestos se interrumpían continuamente, aún no podía asimilar lo que había sentido: ¡Contradictorio, todo es tan contradictorio, cuál es el sentido de todo esto! Demasiados sacrificios, demasiadas dudas aún, qué sentido ha tenido. 

Sus expectativas habían sido rebasadas, tanto orden no había hecho más que evocar violencia en su consciencia, o al menos eso era lo que entendía en una primera impresión. Se sentía ajeno, minúsculo e irrelevante; la calma que había estado persiguiendo y que creía haber acotado en un sólo evento, en una última acción se desmoronaba en fragmentos de infinita desesperanza: Pero si todo había sido tan claro, cualquier pregunta pude haber explorado. ¿Acaso no puedo ser capaz de acceder a esa paz de entendimiento? 

Más humano que nunca trataba de hallar un lugar en el mundo. Encendió una vela y comenzó a mover los muebles de un lado a otro, separó sus ropas limpias del resto, con la vela prendió un cigarro que le agitó las entrañas: ¡Maldita sea! ¿Dónde están los demás?, dijo arrebatadamente y se tumbó en un rincón desde donde podía ver como bailaba la flama. 

En su cuarto había palomillas posadas en el techo que se dejaban llevar por la agitación de la luz, y de vez en vez, incursionaban hacia la vela o azotaban contra la ventana húmeda; la luz de afuera se despedía con la profundidad de un azul pálido y oscuro. El día acababa indiferente a sus dudas. Él también indiferente, mientras caminaba hacia la cama pisó una palomilla, apagó la vela, bebió otro sorbo y se puso a soñar.

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